Texto leído durante la presentación de La Hora de los Hornos de Martín Piña.(Unison.2007)
Todo está guardado en la memoria,
sueño de la vida y de la historia.
León Gieco
En mi casa muchas cosas no se hablaban. En mi casa no sabíamos. Parecía que el mundo exterior no era importante, las cosas que sucedían a los demás no eran importantes porque no se hablaban, de alguna manera, el silencio construía una barrera y no veíamos lo que pasaba a nuestro alrededor. Así crecimos, sin darnos cuenta de lo que pasaba fuera de nuestro pequeño mundo. La primera vez que pregunté a mi madre por qué nadie me había contado lo que pasó en 1968, su respuesta fue: porque pasó hace mucho y tú eras muy niña, eran unos rojillos que protestaban por algo...no recuerdo qué...y sí, mataron a algunos, pero eso fue hace mucho. Yo no pregunté más, porque en mi casa, como en muchas otras casas, se compraba el periódico o se encendía el televisor para ver las noticias, al parecer nadie las escuchaba porque no se comentaban y tampoco importaba lo que pasara fuera de nuestro pequeño espacio. En ese momento sentí lástima por nosotros, por nuestra ignorancia y egoísmo, por nuestra barrera de silencio, por desentendernos del mundo.
Hace 10 años que vivo en esta ciudad y durante este tiempo nadie me habló de lo que pasó en 1967 ó en 1973, nadie parece saber qué pasó. De alguna u otra forma, todos escucharon, leyeron, vivieron o conocieron a alguien que participó en los movimientos estudiantiles, pero parece ser que han quedado muy lejos o prefieren no recordar. Así pasa. Las personas olvidan y crean una barrera a su alrededor. Afortunadamente, con el paso del tiempo encontré personas a quienes sí les importaba y sí recordaban. Compartieron su experiencia conmigo y se los agradezco. Les pregunto a mis alumnos si saben algo sobre los movimientos estudiantiles en Sonora y su respuesta es no. Nadie les ha hablado de ellos. Es como si nada hubiera pasado. El problema es que sí pasó y nadie quiere recordarlo; y quienes nacieron después de la década de los 70’s es probable que no lleguen a escuchar hablar de ello.
Este verano, Martín Piña me platicó sobre La hora de los hornos (Unison: 2007), recién le habían entregado los primeros ejemplares y amablemente me regaló uno. Él no lo sabe, pero con esa lectura se abrió de nuevo la puerta a las dudas y las preguntas. Ése es el motivo por el que esta noche estoy aquí, porque deseo que así como en mí surgieron preguntas, La hora de los hornos abra la posibilidad del diálogo en múltiples espacios, que surjan las dudas y se busquen respuestas. Martín Piña escribe La hora de los hornos, porque desea que esta historia quede en la memoria, porque espera que a partir de los recuerdos de Pedro Medina, el personaje principal, los hechos se discutan y resignifiquen, porque espera que la vida de los estudiantes perseguidos y desaparecidos tenga un nuevo significado y no quede, como sus cuerpos, oculta, hundida o enterrada en el olvido. Su intención es rescatar y colocar en la mesa de diálogo un evento que trascendió las fronteras del estado, lo hace desde su perspectiva y desde lo que él sabe hacer: narrar. Presta su voz a los estudiantes, relata sus motivos y circunstancias, los humaniza y les permite volver a vivir entre nosotros.
Pedro Medina representa la síntesis de todo un movimiento. Pedro recuerda y el narrador, en una prosa sencilla transmite sus pensamientos: “Pasados más de treinta años de los sucesos, Pedro Medina caía en cuenta de no haber sido abrumado por la tormenta de la nostalgia, sino hasta aquellos momentos en que lo arrancó repentinamente de la realidad para arrastrarlo por los vericuetos obstruidos de la memoria, al territorio empolvado de los recuerdos, antes de que el tiempo los transformara en basura del olvido.” Desde un presente enunciativo, revive el trayecto que recorrió aquel día en una patrulla de policía mientras era conducido a prisión. Hubo un muerto, era oficial de tránsito; hubo un interrogatorio y torturas para obligar a un sospechoso a declararse culpable. La sociedad espera, exige un culpable. Y Pedro recuerda, las sensaciones que se despiertan a lo largo del trayecto lo llevan a su infancia y adolescencia, revalora los momentos que alguna vez parecieron insignificantes. Reconstruye su historia y la de su familia. Revalora los motivos que le hicieron simpatizar con el movimiento y sus reclamos hacia una autoridad que no deseaba tomar en cuenta la opinión de los estudiantes, un movimiento que, por diversas circunstancias se salió de control y formó parte de la exigencia unificada de los jóvenes alrededor del mundo: ser escuchados. Pedro recapitula los acuerdos, la represión, las persecuciones, los desaparecidos. Debo destacar el magistral empleo del tiempo dentro de la historia, utilizando la analepsis como recurso, la memoria de Pedro Medina viaja en el tiempo, sin seguir una línea cronológica sino los motivos en la mente del personaje, y junto con él nosotros, los lectores, viajamos hacia una época en donde ser idealista no es una característica extraña a la juventud. Así, su memoria nos permite adentrarnos en diversos contextos y momentos históricos, establecer una conexión entre ellos, unificándolos en ese último momento, en el que el personaje se encuentra y desde el que reflexiona: “Ahora todo es pasado –piensa Pedro-. El tiempo, a pesar de no curar todo, por lo menos ayuda a amortiguar la experiencia y la cruda realidad que se impone a uno como destino irremediable...Comprobaba que las circunstancias le hacen a uno moverse, las oportunidades, la mala suerte repentina, el inesperado azar y los más o menos violentos misterios de la vida: el nacer, el morir, las pasiones diarias como la ambición efímera del poder, el amor traicionero y el veneno de la envidia.”
Será la voz del narrador la que nos permita conocer la historia de Pedro y sus compañeros; de las autoridades que intervinieron en los sucesos, de los familiares que enfrentaron las pérdidas. Utilizando una prosa fluida, en algunos momentos poética, el discurso del narrador mantendrá al lector atento a los sucesos; un narrador que cumple la función de alter ego, a través de él, el autor aparece de manera constante: evaluando las acciones de uno y otro bando, deja clara cual es su postura frente a los hechos, matiza la Historia, con la seguridad con que habla quien sabe que su posición es justa. Más adelante, el narrador continúa con la reflexión iniciada por Pedro: “Porque aún a pesar de la acción y de las ilusiones frustradas, no pierde uno nada con continuar soñando y pensar en toda esta inverosímil realidad que nunca tendrá tiempo para hacerse justicia: que algún día vendrán nuevos instantes en el infinito transcurrir de los instantes, de comprensión y tolerancia, de piedad y equidad que nos hagan llegar al final de nuestra era humana como hermanos, compartiendo lo último que quedará de la tierra al final de su existencia sentenciada a muerte, compartiendo, si se quiere, la fugaz creación de las cosas, de la cultura, del amor al hombre, a la golpeada naturaleza.”
Martín Piña cumple así con su propósito, ha abierto la posibilidad al diálogo, presenta ante nosotros La hora de los hornos como el inicio de este debate, pues la intención es precisamente la permanencia en la memoria, en nuestra memoria, la de todos: la de los jóvenes que no han escuchado hablar de un suceso que casi nadie parece recordar, de quienes lo vivieron directa o indirectamente, un tema del que poco se ha dicho y queda aún mucho por decir. Evitemos, pues, el silencio y revaloremos el significado que este movimiento tiene en nuestros días. Permitamos a la memoria ser, retomo unos versos de León Gieco “La memoria despierta para herir a los pueblos dormidos que no la dejan vivir libre como el viento”.