8.12.12

Antes del fin del mundo o de que se nos acabe la vida.

Si fuera cierto que los mayas fueron capaces de predecir la catástrofe y faltaran dos semanas para que llegue el fin del mundo, me preguntaron, ¿qué harías con los días que te quedan? 

Pensé que la respuesta era sencilla, pensé que hacer una lista de "lo que quiero hacer antes de morir" era algo sencillo. Error. Me hice bolas entre dilemas éticos y morales y no pude completar más de dos ideas sin sentirme culpable porque todos mis planes o deseos eran en solitario, o no, pero al menos no pude visualizar alguien cercano con quien compartirlos. 

Comencé ennumerando deseos: viajar, viajar y viajar más lejos, viajar para probar delicias, subir, bajar y asombrarme por las maravillas del mundo. El caso es que mi deseo es viajar. Y no estoy segura de que mis hijas o amigos también deseen lo mismo, y creo que ese ha sido el motivo por el que no comparto mis días con alguien en especial. 

Así que el debate acerca del supuesto fin del mundo, fue entre si deberíamos quedarnos en casa y pasar esos días con los seres queridos o salir a rompernos la madre con intensidad y no dejar nada pendiente por hacer, conocer los rincones de lugares y personas que esperan  por ser explorados. Y bien, entre pensar y repensar, llegamos a la conclusión de que si la pregunta es un mero supuesto, también se valía suponer que la pregunta estaba dirigida a cada uno de nosotros como individuos y que cada quien eligiera con libertad lo que quiere hacer con su vida, que por un momento no importe estar lejos o cerca de las personas que amamos. Supongo que sería algo triste o medio complicado eso de enfrentar el fin del mundo en soledad, sin nadie a quien abrazar o ver por última vez. También supongo que lo ideal es compartir con las personas que amas los gustos y ganas, pero no siempre es así, o yo no he tenido la suerte de emocionar a los demás con mis ganas y mis gustos. Pero como esto se trata de suponer y a la hora de la hora nos morimos solos. Sólo nosotros con lo que hicimos o no hicimos y después de eso ya nada debe importar mucho.

El caso es que la propuesta final fue: Si no importaran los lazos emocionales y pudieras hacer cualquier cosa que quieras, ¿qué harías si supieras que va a llegar el fin del mundo? Casi todas mis respuestas inician con: Me iría a... La pregunta es, ¿por qué no me voy?

¿Por qué no nos vamos?


19.11.12

Un altar que no

Tantos años poniendo altares para muertos que no eran nuestros y el día que por fin tenemos uno propio, no sabemos cómo vivirlo. Y es que no pude ponerte un altar, de verdad pensé en todo lo que te gusta (debería decir gustaba pero aún no sé hablar de ti en pasado) y podrías disfrutar si decidieras visitarme. Pensé en pan de dulce, colación, fruta critalizada, vino, tequila, nueces, cacahuates, hay tantas cosas ricas que podría poner para ti,  pero la verdad es que no pude.

Sería como si entendiera que ya no estás, y que nunca voy a volverte a ver porque estás muerto. El problema es el nunca. Si por algún motivo, de esos que la vida pone entre las personas tan a menudo, supiera que no voy a verte por uno, dos o quince años, no habria problema, porque siempre existiría la posibilidad del encuentro, aunque se pospusiera una y otra vez, la existencia de la posibilidad es suficiente. Es ese nunca maldito el que echa todo a perder. Y no es que ande por ahí llorando por ti y por los recuerdos. No. Aprendí a controlar y a evadir los temas dolorosos, me enseñaste bien.

El problema fue cuando Pau me recordó que ya teníamos un muerto propio. Que podíamos ponerte el altar a ti. Chingadamadre. Fue como si recién me hubieran dicho que habías muerto. Los días siguientes evité el tema tanto como pude, pasé por donde vendían calaveritas y dulces y no me detuve a ver los nombres, ni siquiera saqué la caja con el papel de china, las flores que guardé del año pasado. Me hice tonta. Ni siquiera quise ir a casa de Marigé porque sabía que ella pondría un altar y  que su papá tendría un lugar para llegar y tú no. Sería como si entendiera que estás muerto y no te voy a volver a ver. Y eso todavía no sucede. Sigo diciéndome que no hablamos porque estamos ocupados pero que ya viene diciembre y, como siempre, tú irás unos días, yo iré unos días, nos veremos, platicaremos de algunas cosas, yo te diré que estoy bien y que todo en mi vida está en orden. Tú me dirás que estás bien, mientras comes algún dulce o abres una nuez y yo veré tus manos cada vez más temblorosas y me pondré triste porque es entonces que entiendo que la vida pasa sobre nosotros, la hayamos sabido aprovechar o no.

La verdad es que no nos enseñaron a vivir la muerte de esa forma, la muerte era algo lejano y triste. En casa no existieron altares con calaveras ni papel de colores, ésas eran cosas del sur, decías.. Lo que recuerdo de la muerte y del Día de Muertos es el olor de las veladoras y las baldosas recién mojaditas del panteón, los pinos altos y las tumbas en las que jugábamos durane horas a las escondidas. Recuerdo acarrear baldes con agua y barrer las hojas de los árboles. Recuerdo las flores y la solemnidad con la que había que estar ahí. Yo me preguntaba por qué hacías todo eso si ni te importaban esos muertos, salvo mi abuela, pensaba que si de verdad te importaran hablarías de ellos y los irías a visitar cualquier otro día, no sólo ése. Pensaba que era una forma rara de querer a los muertos y pues ni te creía que los extrañaras.

Ahora pienso que tal vez aprendí de ti a no saber cómo vivir la muerte. Que tal vez este no saber dónde ponerte es lo mismo que tú hiciste con tu padre. Quizá sí lo extrañabas y sí te faltaba su presencia pero no sabías hablar de él en pasado, porque sería como si entendieras que estaba muerto y nunca más ibas a volver a verlo. Me hubiera gustado que me hablaras del abuelo Luis y de cuánta falta te hacía. Me gustaría poder decirte cuánta falta me hiciste entonces y cuánta falta me haces ahora.

En estos días te he encontrado por aquí y por allá. Tomé algunas cosas de tu cocina, como la tapadera de una olla, la cuchara para la ensalada, el rayador de queso. Ahora encontré unos seguros en un cajón, por lo viejo de la cartera parece que fueron de tu abuela. También tengo tu suéter y el chaleco que tanto te gustaba. Tus fotos y algunos papeles que guardé por si algún día...no sé, algo. No sé si el año próximo te pondré un altar, tal vez sí porque Ani estará de regreso y podremos hacerlo juntas. Tal vez el año próximo ese nunca al que no me he podido enfrentar tenga otro tamaño y tú y yo podamos sentarnos en algún lugar del tiempo a tomarnos un tequila.


19.9.12




Nos lleva la vida. Navegamos sobre una corriente lenta y, aparentemente, pacífica que

esconde corrientes y remolinos y que, al final, serán los que nos mueven y mantienen la

vida en circulación. Vamos sobre la vida y dentro de ella, nos lleva mientras vemos y

encontramos sorpresas en el camino.

Yo voy sobre una llanta, veo el cielo y los árboles que dan sombra desde la orilla y pretendo

ignorar que unos kilómetros más adelante esta placidez se convertirá en una cascada y una

vez que caiga en ella no sé lo que sucederá.

Sé nadar, no temo al agua pero tengo miedo a la caída. Y tú, ¿cómo navegas? ¿hacia donde

va tu río?


18.6.12


Anoche recordaba a mi papá y llegaron imágenes de momentos que viví con él, vi años de nuestra vida pasar como una película y entendí que lo mejor que me dio mi padre fue mi infancia. Tuve una linda infancia a su lado, se encargó de darle risas, fantasía y aventuras para que yo aprendiera a soñar con una realidad distinta a la mía. Una donde yo era otra, con súperpoderes.

Mi papá nos contó cuentos, jugaba con nosotras al lobo y las escondidas, nos llevaba al mar en vacaciones y de día de campo en tiempo de escuela. Nos llevaba a caminar entre los árboles y a juntar bellotas en otoño, en verano íbamos a nadar en los ríos y, lo que más aprecio, confiaba que íbamos a saber qué hacer si teníamos algún problema.

Tengo una imagen de mi infancia: voy sobre la espalda de mi padre adentrándonos en el mar, las olas nos mueven y yo me sostengo con fuerza abrazada a él. Creía firmemente que mientras estuviera a su lado nada me iba a pasar. No era cierto, pero en ese momento no lo sabía y eso es lo importante, yo creía en él y en mí a su lado.

Varias veces estuve a punto de ahogarme y no se dio cuenta. La primera vez, al menos la que recuerdo, fue casi junto a él. Mis pies dejaron de tocar el fondo y la desesperación se apoderó de mí, me hundía entre manotazos y patadas y sentía que el agua me tragaba. Recuerdo que pensé si eso era morir y algo pesado como la tristeza me invadió. Yo no quería morir, estaba de vacaciones y acababa de conocer el mar, había hecho amigos y tenía un cangrejo ermitaño escondido en una caja de galletas dentro de la habitación. Dejé de moverme y noté que mi cuerpo flotaba y el agua misma me regresó a la superficie. Subí buscando esa bocanada de aire y salí asustada, mucho, pero no grité ni hice aspavientos. Me quedé un rato jugando en la orilla, nadie se dio cuenta que esa niña estaba viva de puro milagro y hacía esfuerzos por no llorar. Cuando por fin llegué hasta donde él leía y me preguntó cómo había estado el agua, le respondí que bien y me fui corriendo para que no descubriera que mentía. Intuitivamente lo supe, entendí que él no me podía salvar pero no importaba. Lo que importaba era su confianza, saber que él me llevó a esos lugares porque quería que sintiera el lodo o la arena en mis pies, el agua y la sensación de flotar, el aroma del pasto y la brisa y no temía por mí o mis hermanas. La vida desde entonces fue eso, vivir sin miedo. Con su despreocupación me enseñó a confiar en mis instintos y a saberme hábil en la naturaleza. Eso fue su mejor regalo.

Gracias, papá.

26.2.12

Ayer dejé de sentir culpa por decir que no a una propuesta que en otro momento hubiera sido motivo de una alegría. Y es que,precisamente, el tiempo fue el motivo, la propuesta llegó en otro momento: tarde.

Sucedió de pronto, mi memoria proyectó la versión sin cortes (que en algún momento eliminó) de una relación a la que dediqué más de mí misma de lo sanamente recomendable. Me detuve en algunas escenas, las repasé y me vi ahí, viviendo momentos que yo creí me llevarían a encontrar a la verdadera persona que estaba al otro lado del puente. Y así fue. Del otro lado del puente se encontraba un hombre comprometido con sus ideas, congruente al actuar de acuerdo a ellas, con un pasado difícil de olvidar y con miedo a abrirse de nuevo. Sin embargo, de vez en cuando, ese hombre era sensible y tierno, y yo vivía esperando ver aparecer esa versión. Algo que no sucedía a menudo. Yo creí que si esperaba lo suficiente, él terminaría por darse cuenta que mi amor le hacía bien. Sucedió, algunos años después, cuando yo había decidido dejar de convencerlo y me encontraba lejos de lo que entonces sentí. Un buen día, él reapareció. Dijo que después de pasar tiempo solo, y acompañado, descubrió que conmigo quería vivir los últimos años de su vida. Me explicó algo sobre el amor reposado y la tranquilidad, me habló de la pasión y de los proyectos compartidos; habló también de cuánto extrañaba a aquella persona que era capaz de dejar todo y a todos por él. Me tomó de la mano y yo volví a sentir ese dolor de estómago que experimentaba cada vez que no llenaba sus expectativas. Intenté ser lo más sincera posible. Expliqué las razones por las que creía que estábamos mejor separados. Hay atracción, es sencillo estar juntos pero es aún más fácil echarlo a perder cuando él se moleste porque yo no hago algo que él espera. Sin embargo, desde ese día hasta ayer, pensé que dejar ir a alguien que tanto había significado en mi vida era un error.

Ayer entendí que no, que esa versión de mí la elaboré a su medida y que ya no me funcionaba. Que jamás podría volver a ser eso ni me dejaría de lado para llenar sus expectativas. Que sí, lo amé y seguramente lo voy a querer siempre, no puedo darle la mejor parte de mí para ser criticada a la luz de las teorías de importantes sociólogos y antropólogos.

No dolíó. Fue liberador y, supongo, que dentro de él también algo se liberó. Ya no hay culpa. Y fue así como, después de más de dos años, entendí que cuando algo se rompe, por más que se intente restaurar, nunca será lo mismo. Y si lo que buscamos es el pasado, solamente lo encontraremos en los registros, en ningún otro lugar.

Archivo del Blog