30.7.10

Bienvenida


Bienvenida, lluvia, que entras en las casas, cierras las calles, tapas alcantarillas y canales. Bienvenida seas, corre por nuestras calles y libera la risa de los niños. Despierta la vida que esconde esta tierra y que inicie una fiesta con flores y cantos. Eres bienvenida, no temas, sucede que no estamos acostumbrados a verte seguido aunque te añoramos. Vamos, canta sobre los techos esa tu canción de ritmo perfecto, nos lanzaremos a bailar entre los charcos y sentiremos la vida en el cuerpo. Llueve, lluvia.

29.7.10

Esto, me preocupa


No sé qué necesitamos para entender que nos lo vamos a acabar. De verdad, completito.

Me encanta este mundo, con su azul y verde y lo que vive y se mueve en él. No quiero irme a otro, me gusta este planeta.

MIentras tengo la refrigeración prendida y pienso que necesito ir a sacar mi carro del taller.

Soy parte del problema, lo sé. Pero aún así, me preocupa.

28.7.10

Dentro de lo cotidiano

Son esos pequeños sonidos
anuncio del ir y venir
los que dan vida al espacio.

Afuera los ladridos
anuncian el regreso de Frodo
mientras Layla sale del rincón
donde se escondía de la noche,
hasta hoy.
Lo observa ir y venir
ladrar a los grillos
olisquear su comida.
Ya no está sola.

Son los zapatos fuera de lugar
los platos sucios
la luz encendida en su cuarto
los que anuncian su regreso
mientras la escucho reír.
La observo ir y venir
tomar su bolso y sus llaves
anunciar su hora de regreso.
Ya no estoy sola.

Regresa lo cotidiano
los días y la música
y con ellos,
la vida que río.

23.7.10

Yo sólo quería un ride

Creo que no podría ser del club de Beyoncé Independent Women. Normalmente no me importa y disfruto de esa independencia, pero hay ocasiones en que saber que estoy sola en esta ciudad me provoca una mezcla de tristeza e impotencia que me hacen actuar en forma extraña, como ayer.

Y es que me choca no tener quien me dé un ride cuando tengo que llevar mi carro al taller. Sé que es completamente irracional y subjetivo. Seguro mucha gente lo hace, pero para mí es un indicativo de soledad cabrona. Sí, lo sé, es algo subjetivo. Es el mismo indicativo por el que algunas personas no pueden ir solos al cine cuando yo lo disfruto muchísimo. Sí, definitivamente es algo subjetivo ¿Y qué le voy a hacer? Me deprime no tener a quién pedirle que me lleve al taller sin hacer cara de qué hueva.

Tal vez ese pobre hombre que atiende el mostrador del taller no entendió por qué cuando me dijo que pidiera un taxi se me llenaron los ojos de lágrimas, tomé mis llaves, le di las gracias y salí de ahí. Él no sabía que de verdad necesitaba ayuda, que traía mi carro lleno de cajas, que tenía que hacer maletas y preparar un material, que había hecho como diez pendientes antes de poder llegar ahí a dejarles el auto para que le arreglaran uno de los muchos detalles que últimamente le están saliendo. Él no sabe que odio llevar el carro al taller y que si por mí fuera me desentendía de ese tema de por vida. Él no lo sabe.

Hay que ir un poco hacia atrás. Yo voy a ese taller por el servicio, por un servicio: siempre me dan un ride a mi casa. Es un plus, aunque sé que más bien es porque Panchita trabaja ahí desde hace años y sabe que cuando llego preguntando si pueden recibir mi jeepointer es porque logré organizar todas las pelotas y puedo quedarme un día sin carro. Ella siempre arregla que alguien me lleve.

Pero ayer no estaba Panchita y ese hombre, aunque es amable, no tiene criterio. Y a pesar de que antes de llegar hablé para preguntar si podían recibir mi auto y dejarme en casa, quien contestó salió a comer y olvidó comentarlo. El hombre del mostrador me decía: no hay quien te lleve. Yo le dije: ahí están los mecánicos, en 10 minutos estarían de regreso. Él respondió: no está el chofer, no se puede. Yo volví a decir: necesito que alguien me lleve. Él repetió: no hay nadie. Yo le dije: dame una opción, necesito dejarte el auto y llegar a mi casa con las cajas que traigo. Él dijo: pide un taxi. Y ahí fue cuando me acordé que no hay nadie y que odio cuando dependo de personas como él, y me fui, a punto de llorar, con el carro lleno de cajas y sin baleros ni amortiguadores. No fue una salida dramática, no soy así, pero creo que sí se notó porque como a los cinco minutos el hombre del mostrador me marcó al celular y me dijo, si quieres yo te llevo.

Ahora necesito encontrar otro taller, me da pena regresar.

20.7.10

Mis zapatos favoritos


Son incómodos, me quedan chicos, no podría caminar más de una cuadra con ellos y, sin embargo, son mis zapatos favoritos. Son maravillosos, literalmente se agarran a la piedra y hacen posible lo que creí nunca iba a lograr: no resbalar.

Hace unos días subí La claustrofobia con ellos y, cuando bajé, supe que algo en mí había cambiado mientras mis manos intentaban sujetarse a una grieta y mis pies se aferraban a la roca.

Gracias a Enrique y Bones por platicar mientras yo subía, me relajó escucharlos aunque no recuerdo ni una palabra de lo que hablaron; significó que sabían que podía hacerlo y no necesitaron decirme qué hacer en cada movimiento, y yo me di cuenta que puedo confiar en ellos y en el equipo.

Seguro me tomó más tiempo que a los demás pero lo importante es que toqué la unión, que no tuve miedo cuando fui consciente de la altura, que cuando busqué la ruta y pensé: voy a subir, lo hice. Subir a La Cementera es bueno; escalar ahí, más.

Jamás imaginé que escalar pudiera gustarme de esta manera, que colgar de una cuerda me provocara tanta emoción, que mi mente se relajara al contacto con la piedra mientras mi cuerpo se tensa y busca dentro y fuera de mí un camino, o que unos pies de gato, como comúnmente se les llama a los zapatos de escalar, se convirtieran en mis zapatos favoritos.

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