21.4.06

Una cabellera incendiada


La lectura reciente de algo que, con toda intención, trataba de ser incoherente, logró en mí su cometido...perdí la concentración y me fui detrás de las palabras y las notas, ambas regalo del duende de la coherencia que de vez en vez se hace presente para enfrentarme, cual si fuera un espejo, conmigo y su visión desenfadada y exacta de un mundo al que intento aferrarme.
Irremediable, así fue, sin embargo no quise darme cuenta y traté más de dos veces de regresar a mi tarea.
Evadiendo la responsabilidad, intento prender un cigarro y, como no encontré mi encendedor, busqué una pequeña caja de cerillos que tengo guardada para momentos como éste en los que busco la sensación más que otra cosa y un cigarro es fundamental. Una sensación que disfruto, definitivamente, es la de encender un cerillo: abrir la caja y seleccionar uno entre todos, sentir la madera áspera entre mis dedos, admirar su color y, durante dos o tres segundos, observar el incendio que consume y transfigura esa aparente sencillez en algo bello; después, viene lo mejor...el aroma del fósforo encendido en mi habitación.
Entonces recordé un cuento que Ana Isabel actuó para nosotros ayer, era la triste historia de un cerillo, no muy grande, no muy chico (mediano con altito le llamó ella). El pobre cerillo sufría porque no lo elegían. El decido fósforo, lo único que deseaba era dejar de ser calvo, odiaba su cuerpo sin gracia, su cabeza sin adorno. Soñaba con ver su cabellera incendiada por algunos segundos. El cerillo en cuestión hizo mil y un tretas para llamar la atención de las personas, hasta que un día fue el elegido. En una bella narración, Ana Isabel describió las sensaciones de aquel triste y solitario ser, transformado en un intrépido cerillo, capaz de hacer todo por verse encendido y con un motivo para vivir. El gusto duró unos cuantos segundos, pero valieron la pena por escucharla contar y bailar esta historia que ahora yo comparto.

Olvidé encender mi cigarro, así como también olvidé qué era lo que estaba haciendo antes de distraerme con todo lo que cruzó por mi mente.

17.4.06

El Pinacate




El desierto puede ser todo menos vacío:
espacio ininterrumpido de posibilidades infinitas
oportunidad de encuentro con el más profundo de tus miedos
memoria gráfica de cada cicatriz en la corteza
invitación a saltar hacia la nada
la posibilidad de encontrar lo que siempre ha estado ahí
en un viaje al fondo de ti...

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