12.12.07

Matutina

Lo mejor de pasar una mañana a solas era tener la certeza de que nadie interrumpiría esa soledad. Una vez que escuchaba el portazo tenía cerca de seis horas para ella, podía disponer de ese tiempo como se le diera la gana. Podía decidir no hacer nada y no había ningún problema. Podía, incluso, pasar la mañana sin salir de la cama o caminar desnuda por la casa, observar por la ventana y tomar un café o dos o más sin recibir regaños, comer lo que le diera la gana o no comer, abrir una lata de chile y disfrutarla a cucharadas si así lo deseaba o abrir una caja de galletas y no comer ninguna, podía, incluso, escuchar música, cuánto extrañaba escuchar música. Así, en soledad, nadie criticaba sus gustos, sus apariencia, su peso, su ignorancia, su color de uñas. Casi nunca dedicaba esas horas a curar las heridas, ésas seguirían ahí o volverían a aparecer a pesar de lo que hiciera, entonces, durante esas horas, prefería ignorarlas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustó mucho este texto.

Archivo del Blog