18.7.07

Un vestido

Acompáñame, sólo nos tomará un momento, le dijo. Ella bajó del auto y lo siguió. Mientras él buscaba una llave escondida entre las macetas del porche, ella detuvo su mirada en los árboles junto a la entrada de la casa, parecían viejos, la mecedora junto a la puerta llamó su atención, su abuela tenía una similar. Tal vez las historias que él le contaba eran tan sentidas que de alguna manera le llevaron a imaginar el lugar exactamente como era, le resultaba familiar. Recordaba haberlo visto en una fotografía, en ese mismo lugar, años atrás, un niño vestido de vaquero, los árboles eran apenas unas ramas, apenas comenzaba a caminar y sostenía una pistola amenazando al fotógrafo. Después de mucho buscar él encontró la llave, la puerta se resistió un poco al principio, será mejor que te espere aquí, dijo ella, él la tomó de la mano y se acercó a oler su cabello, por favor, ven conmigo, dijo mientras apretaba su mano, entraron. Tras acostumbrarse a la oscuridad se sentaron en un sofá, así, a oscuras, él le contó anécdotas familiares, entre pausas, pues su voz se quebró más de una vez, ese silencio era reconfortante, estar cerca de ella le hacía bien. Le contó sobre la vez que su padre se extravió en la ciudad, cuando sus hermanos lo convencieron de que sí se podía volar con una sábana atada al cuello, cuando robaron un almanaque en el taller de la esquina y su madre los descubrió viendo aquellas mujeres desnudas, las primeras en su vida, y por estar regañándolos olvidó apagar la estufa, provocando un incendio en la cocina, por eso nos decían los quemados, le dijo, el aroma se impregnó en las paredes, los muebles y nuestra ropa por meses, ambos se rieron. En la penumbra ella alcanzó a ver algunas fotografías en las paredes, sobre una pequeña mesa, fotografías de bodas, viajes, graduaciones, quiso ver sus caras, conocerlos, se levantó a verlas, ¿puedo?, le dijo, y acercó su encendedor para apreciar los rostros, ya no soy ése, contestó él, ya no sé quién soy, simplemente no puedo, ahora no puedo. No dijo nada más, ella lo abrazó e intentó besarlo, vámonos de aquí, toda tu familia nos ve desde esas fotografías. Quiero mostrarte algo, dijo él, ven conmigo. Avanzaron por un pasillo mientras le explicaba de quién era cada cuarto, más que contarle a ella era como si hablara consigo mismo, como si intentara retener el orden que alguna vez habitó esa casa, era, más bien, como si al pronunciar los nombres de sus hermanos pudiera verlos salir de sus habitaciones, antes de que se fueran a trabajar al otro lado, antes de que la vida los fragmentara, antes de las enfermedades y la muerte de su padre, antes de que él sintiera esa angustia, antes, antes de la muerte, antes de lo que ahora sucedía, cuando todo estaba bien y la vida no le había arrebatado ningún sueño. Abrió una puerta al final del pasillo y salieron a un patio y el sol les lastimó los ojos, subieron unas escaleras de madera y entraron a un lugar lleno de máquinas, hilos de varios colores, oscuros casi todos, aroma a polvo y aceite. Quería que conocieras este lugar, le dijo, éste es el lugar en donde me sentía seguro, me escondía detrás de las cajas y veía a todos trabajar, escuchar el sonido de las máquinas tejedoras me arrullaba, algunas veces me despertaron ya de noche, dormido sobre los carretes de lana, yo me sentía seguro en este lugar. Entonces todo estaba bien. Se abrazaron e hicieron el amor. Por una tarde, el mundo, su vida, aparentaba tener un orden. Cuando bajaron parecían haber olvidado el motivo que los llevó a la casa, la misma casa, la oscuridad. Entraron a la habitación, él corrió la cortina para dejar pasar la luz, miró cada objeto como si en esa mirada se revelaran las historias, los secretos, que su madre guardaba. ¿Qué color le gustaba a tu mamá?, preguntó ella. Él no contestó, en cambio, se dirigió al armario y abrió la puerta, en silencio revisó entre la ropa. Este vestido estará bien, era un vestido de diario, no lo usaba en ocasiones especiales, pero alguna vez me dijo que tenía magia, siempre que se lo ponía algo bueno sucedía, algo en ese vestido le hacía feliz. Se sentó en la cama, sosteniendo el vestido mientras ella buscaba alguna maleta en donde llevar las cosas. No sé si mi madre será feliz ahora, no lo sé. No sé qué va a suceder ahora. Quizá este vestido ayude un poco, dijo ella. Quizá, contestó él, quizá yo quiero creer que así será. Vamos, buscaré unos aretes y unos zapatos, en la funeraria nos esperan.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Paso, te leo y siento un poquito de all'a... por ahora dejo abrazos!
Ac'a se sigue bien.

Las extrano!

taube

nacho dijo...

Un finale inesperado... me gustó... saludox...

Omar Bravo dijo...

Me gustó mucho lore. No me soltó, de principio a fin.

Un beso.

Blas Barajas, escritor dijo...

orales, a mi también me gustó bastante, pero el final fue, a mi parecer, brillante. la verdad que fue inesperado, pensé que tomaría otro giro. a mi me gusta que los finales sean sorprendentes, eso me pasó con el texto. saludos, lorena.

PD: hay que hacer una fiesta de bienvenida el próximo semestre, propongo mi casa :D

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