23.1.10

Café para dos

Tal vez, su forma de demostrar que estaba dispuesto fue ésa, un acto simple y en apariencia insignificante, y que, al parecer, nadie notó. Nadie supo lo difícil que fue entrar al pasillo de enseres de cocina y elegir el par de termos con los que salió de la tienda departamental. Fue una tarde difícil. Nadie lo hubiera notado a simple vista: sus manos sudorosas podían haber sido una señal de que ése no era un acto cotidiano; tal vez, si alguien hubiera observado la forma en que tomaba una taza y luego otra, para después regresarlas al mostrador, podía hacer notado un ligero temblor; o la forma en que caminaba de un extremo a otro del pasillo, como si en esa elección se le fuera la vida. En esos objetos simples, se representaba el futuro. Un futuro distinto al que siempre creyó tener, un futuro que comenzaba a tomar forma:  se traducía en palabras, en planes de viajes y lugares por visitar, en tardes que hubiera deseado no terminaran, en un calor nunca antes experimentado, en anécdotas compartidas y, a veces, en silencio. El tipo de silencio que necesitaba pero no lo sabía, un bálsamo que le aliviaba y aligeraba el alma, tras años de intentar olvidar lo que cargaba a cuestas y llenaba cada rincón y extinguía cualquier posibilidad de vida. Después de pensarlo una y otra vez, tuvo claro que quería compartir las mejores y las peores horas de sus días, y ésa fue su forma de dar un primer paso, sin palabras. Cuando regresó a casa, dejó ambos termos sobre la mesa e hizo una llamada. Gracias por aceptar, dijo, paso por ti temprano. Por la mañana, un acto sencillo y definitivo, prepararía café para ambos.

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