Escribo esto sentada, muy a gusto, en la estancia de mi casa. Ojalá alguien pudiera sentarse aquí a esta hora y sentir cómo el sol entra por la ventana, a uno se le antoja quedarse aquí y no hacer nada más. Es justo lo que hago. No quiero hacer nada más que no sea sentarme y sentir el sol entrar por la ventana, es rico. Si alguien quiere comprobarlo, es entre las 3 y las 5 de la tarde, un café puede hacer el momento inmejorable.
Mientras disfruto el sol y siento la última tarde del año, corrijo, mientras veo y siento caer la última tarde del año sobre mi espalda y mis piernas, pienso en los días recién transcurridos y entre todo lo que viene a mi mente pienso en el señor de la camioneta negra. Si alguien quiere saber quién es el señor de la camioneta negra, tendré que responder que no lo sé, pero él y yo sabemos que compartimos un momento especial y que ninguno de los dos lo olvidará.
Ayer venía de Chihuahua después de pasar la Navidad con mi familia. Disfruto manejar, verdaderamente me gusta el espacio abierto. Me emociona el paisaje, las curvas, los animales en el camino, los colores, el espacio. El día anterior nevó y mis padres estaban preocupados por las condiciones del camino. Para ser sincera, tuve que ocultar mi emoción por salir a carretera, prometí que tomaría el camino largo y aburrido y evitaría la nieve. No soy irresponsable, es sólo que ellos no pueden dejar de ser padres y su trabajo es darme recomendaciones y sugerencias. Lo siento, pero no podía perderme la nieve. Para mi suerte, las tres primeras horas fueron salpicadas con paisajes nevados, a lo lejos, pero lo verdaderamente emocionante vino después, cuando la divisé, sabía que estaba justo enfrente. Y sí, ahí estaba. Fue como entrar en un túnel, todo desapareció, la neblina rodeó mi carro y sentí como si me hubiera transportado. En el vidrio se posó el primer copo, luego fue otro y muchos más siguieron. El corazón me latía de prisa y supongo que una sonrisa se me instaló.
No había mucho tráfico y el camino comenzaba a subir una pequeña sierra. Me dispuse a disfrutarlo. Todavía había restos de una nevada anterior, todo blanco, los encinos cubiertos. Cuando llegué a la parte más alta encontré un camión que transportaba algo pesado, iba muy lento y disminuí la velocidad todavía más. El camión hacía paradas para dejar pasar a casi todos los camiones que venían en el carril contrario, supongo que es alguna regla de urbanidad entre choferes.
Detrás de mí venía una camioneta negra, también disminuyó la velocidad y se acomodó a esperar a que avanzáramos. Después de unos minutos, abrí la ventana y empecé a atrapar copos de nieve, no fue una tarea fácil, después, saqué un poco la cabeza, tal vez atraparlos con la boca sería más factible. Sentir la nieve en la cara, el aire fresco y ese silencio que sólo se escucha mientras nieva fue un regalo, supongo que se me notaba el gusto. Por el retrovisor alcancé a ver que da la camioneta negra salía una mano y que también intentaba atrapar la nieve, también por el retrovisor, alcancé a ver unos ojos. Por unos segundos hicimos contacto. Era un hombre, no importa su edad, sólo decir que su cara y sus ojos dejaban ver que no era muy afecto a reír, tal vez es que se veía demasiado serio, tal vez su automóvil lo hacía parecerlo todavía más, conducía una camioneta negra, doble cabina, suspensión alta, muy alta, vidrios polarizados, muy polarizados. El caso es que el señor de la camioneta negra y yo, compartimos por unos minutos el disfrute por la nieve. No podíamos bajarnos para tomar la que estaba a un lado del camino porque pasaban los carros por el carril contrario y el generoso camión que dejaba pasar a todos, suponíamos, que en algún momento tendría que avanzar. Así fue, después de unos diez minutos de nieve en silencio, de atrapar copos y de sentir las manos frías, vimos cómo el camión se movió. Se acabó el juego y la vida retomó su camino. El señor metió su mano, también metió su cabeza, algunos copos de nieve se quedaron sobre su cabello, era muy negro, y su vidrio se cerró. Yo hice lo mismo. Un momento antes de que ambos vidrios se cerraran por completo, volteé y por el retrovisor alcancé a ver sus ojos de nuevo. Le sonreí y él hizo lo mismo. Después de eso, comenzamos a avanzar, el camión no volvió a detenerse y la nieve se quedó ahí. También se quedó el momento, o supongo que ése lo trajimos con nosotros, por eso ahora lo comparto, para que la nieve vuelva a caer una vez más.
31.12.06
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4 comentarios:
amaneció otra vez. yo vi a ese tipo de la camioneta negra. se repite el hombre.
Me gusta la manera como armas tus textos, porque sin prisas me transportas a disfrutar contigo dos momentos: el de la escritura y el momento vivido. En realidad hay un gran trabajo con las palabras que no se nota y ahi está lo extraordinario. Por otra parte, esos momentos que uno atrapa al vuelo son los que van nutriéndonos y haciendo que la vida valga la pena.
=)
;-)
Evaluna
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