Al parecer, la noche anterior llovió a cántaros y el agua acumulada provocó el caos en la ciudad, una rayita más al tigre, como si le hiciera falta. La gente que espera en las aceras por el transporte público y quienes se aventuran a cruzar las avenidas, ahora convertidas en caudalosos ríos, parecen tomar esta situación con calma. Yo transito en uno de tantos camiones que avanzan lentamente mientras levantan pasajeros en cada esquina. Es la lluvia, dice mi compañera de asiento, no había llovido así en mucho tiempo. Tomé el camión en la central de autobuses, me dijeron que llegaría en media hora. Olvidaron mencionar que después de una lluvia como la de anoche el tiempo es relativo. Dos horas, sí, dos horas para recorrer 30 kilómetros de Culiacán a Navolato. Observo, niños desnudos nadan en los charchos que la lluvia formó frente a sus casas, el agua les llega a la cintura; hombres y mujeres barren lodo y agua; una, dos, tres, cuatro...definitivamente hay bastantes, así que me dediqué a contarlas ¿Qué otra cosa podía hacer? Más de 50 cruces conté en el camino. Desde antes de salir de la ciudad y en un recorrido de 30 kilómetros, dispersas o en grupo, con fechas distintas, lonas con fotografías a color y flores. Las familias de las víctimas intentan retener su memoria y colocan un recuerdo en el lugar donde los perdieron. Parece como si quienes transitan y viven por aquí no las vieran más, se han acostumbrado. Hay por todos lados, comenta de nuevo mi vecina, y faltan los que no tienen nada, los que se murieron ahí y nada más los levantaron y se los llevaron. De regreso ya no quise contar cruces, hice como si no las viera, quizá así hacen todos.
20.8.10
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1 comentario:
Como en la película "Macario", velitas que se apagaron.
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