Cuando cosas como éstas ocurren, cuando el mundo se desmorona, cuando el pájaro deja de dar cuerda, cuando la llavecita se pierde y nuestro universo no puede funcionar, entonces es momento para la literatura.
Es un pájaro de verdad. No sé como es. Jamás lo he visto. Sólo lo he oído. El pájaro-que-da-cuerda se posa en un árbol de por aquí y, poco a poco, va dándole cuerda al mundo. Mientras tanto, hace ric-ric. Si él no le diera cuerda, el mundo no funcionaría. Pero eso nadie lo sabe. Todos, absolutamente todos, creen que es un enorme mecanismo, mucho más imponente y complejo, el que mueve el mundo con mano férrea. Pero no es así. La verdad es que el pájaro-que-da-cuerda va de un lugar a otro accionando el resorte que hace funcionar el mundo. Es un mecanismo tan sencillo como el de un juguete de cuerda. Basta con hacer girar una llavecita. Pero esa llavecita sólo la puede ver el pájaro-que-da-cuerda.
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de MURAKAMI, Haruki (1994), Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Maxi Tusquets, México, 2008.
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Desde que lo leí, hace un par de meses, creo que hablo de él al menos una vez al día, con quien se deje. Comenzamos a platicar de algo inocente, y sin saber cómo ni decir agua va, aparece con su ric-ric-ric. Ni siquiera yo me doy cuenta qué mecanismo acciona el tema o cómo aparece en el universo de la charla. El caso es que si hablo de él una o dos veces al día, lo pienso cerca de 20 ó 30 veces, tal vez más. No he querido analizarlo, no quiero saber qué técnicas utiliza Murakami para atraparme de esa forma, para hacer de sus personajes seres a los que me gustaría tener como vecinos o compañeros de viaje. Sólo sé que lo leo y escucho el sonido: ric-ric-ric, desde ese pozo en donde a veces me guardo, aún estando rodeada de personas o realizando cualquier actividad. El pájaro va directo al pozo, a la rama del árbol imaginario que planté junto a mi pozo imaginario, y desde ahí me llama, y yo sé que en ese momento, está dándo cuerda a mi mundo.