En el pueblo de Huehuetlán, cerca de Soconusco, Chiapas, la gente acostumbraba comer tanta tierra que las autoridades dictamiraron en 1625: "…y porque del gran desorden que la mayor parte de los indios de la dicha provincia tienen de comer tierra, desde muchachos hasta la vejez (…) ordeno y mando que ningún indio ni india coma tierra, en poca ni mucha cantidad (…) es de justicia que en la picota del pueblo se les den cincuenta azotes la primera vez y por las demás cien (…) y al que dos veces lo cometiere no pueda tener oficio de República por cuatro años, desde que lo hubiere cometido y sea castigado. Y si fuese principal, quede en adelante por macehual, sujeto a los servicios del pueblo. Y los alcaldes de él ejecuten esta Ordenanza en los transgresores, so pena de ella, la cual ejecute en los dichos alcaldes el Gobernador de dicha Provincia si fuese negligente."
Pese a las prohibiciones, el comer tierra sigue teniendo un sentido ritual importante. En el santuario de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos, Jalisco, moldean la tierra del pocito para hacer unos panes rectangulares, con la imagen de la virgen grabada en relieve y otros con la del templo. Unos los colorean y la gente los lleva como recuerdo de su visita; otros los dejan al natural y los visitantes los compran para comerlos poco a poco, cuando quieren mitigar sus penas o curar sus enfermedades.
En el santuario del Señor del Santo Entierro en Carácuaro, Michoacán, venden tierra caliza de color rosa, a la que se le atribuyen cualidades semejantes.
En el santuario del Cristo Negro de Esquipulas se compran panes de tierra para que se los coman las mujeres embarazadas, las que también muerden trocitos de barro de olor para satisfacer el antojo que sienten de comer tierra. Se dice que si comieran tierra común, el hijo que esperan llegaría a ser un niño come tierra.
Tomado de: http://www.uv.mx/popularte/
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