Era una cesta más pequeña que ésta, mucho más pequeña. Guardaba una docena de piedras de río de tonalidad verdosa, eran pequeñas y muy lisas. Como esas piedras que suelo levantar y guardo porque me gustó como se sentía tocarlas y tenerlas en la mano. En la cesta había un letrero que decía: Piedras de la suerte de Baja California, tome una. Yo había tomado más de una, pero después regresé por ésa, la última que tomo, me prometí. Pensé que podía ser un buen regalo, luego me arrepentí y cuando estaba a punto de dejarla, pensé por qué no, y la llevé conmigo. Al día siguiente llevaba la piedra dentro de mi bolso, junto con algunos libros que me habían dado para que el autor los firmara. Después de la presentación, o mejor dicho, las presentaciones, decidí que sí, que una piedra de la suerte de Baja California podía ser un buen regalo para un personaje encantador, y se la di. Le conté la historia y él sonrió, con una sonrisa sincera, y la echó en el bolsillo de su pantalón. Después, ya cuando la plática estaba salpicada de anécdotas graciosas y no tan graciosas, risa y un compartir sincero, me contó que antes del viaje buscó algún amuleto que terminara con una racha de sucesos poco agradables. Creo que lo publicó y sus amigos hicieron toda clase de recomendaciones, pero al final no llevaba nada. Tal vez la piedra tenía que ir en ese bolso y yo solamente la encontré para entregarla a su dueño, el genial señor Hinojosa.
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2 comentarios:
Francisco Hinojosa.. éit. yo leí La peor señora del mundo. Qué lindo que lo conociste y que se llevó tu piedra de la suerte
Sí...lo mejor de conocerlo fue encontrar a un hombre sencillo, simpático y con un genial sentido del humor.
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