6.1.11

Día de Reyes

De las historias de la Biblia que escuché de niña, una de las que más me gustaba era la de los Reyes Magos, me parecía genial que unos tipos, que sabían leer el cielo, después de ver una estrella interpretaran un mensaje y después de preparar maletas salieran disparados hacia un lugar que ni siquiera sabían dónde quedaba.

Creo que me llamaba la atención la forma en que los representaban, sus trajes exóticos de capas de colores, sus turbantes y, sobre todo, los regalos que llevaban consigo. Yo no sabía qué era la mirra, pero sonaba a algo importante para ese rey si la llevaba cargando desde casa para ofrecerla como regalo a un niño recién nacido; tampoco tenía muy claro si el incienso era valioso o no, todo lo que conocía del incienso eran unos conitos que mi mamá prendía para que la casa oliera bien de vez en cuando. No recuerdo cuál era el otro regalo.

En realidad no tenía clara la intención de querer validar a través de esos viajeros la importancia del acontecimiento. Es decir, si ellos viajaban hasta allá para rendir tributo a un niño recién nacido, es porque era verdad que era el hijo de Dios y ellos lo reconocían, así que el tonto de Herodes era un ciego por tenerlo enfrente y no recoconocerlo. Podía haber pasado a la historia como el primero en rendir tributo, pero en cambio el temor a perder el poder le hizo cometer un infanticidio. Mal por Herodes. Eso fue lo que aprendí cuando era niña, ahora me gustaría conocer la historia real.

Aunque en realidad lo que más me gustaba era el hecho de que esos reyes eran magos. Para mí los reyes eran señores aburridos que sólo se dedicaban a mandar y defender reinos y esos reyes eran la onda, se daban tiempo de aprender cosas divertidas como la magia y creían en cosas como estrellas en el cielo que daban señales. Imaginaba que en su tiempo libre en vez de pedir a un bufón que hiciera magia para entretenerlos, eran ellos los que llevaban a cabo actos para sorprender a su corte, tal vez desaparecían cuando recibían una visita poco deseada y luego aparecían por aquí o por allá. Entretenían a los niños apareciendo animales o dulces y desapareciendo las verduras ¿No son geniales?

Pero creo que lo que más me asombraba era su disposición a la aventura. ¿Quién en su sano juicio se lanza a atravesar distancias sólo porque vio una estrella? Y luego viene eso de que cada uno salió de casa por su lado, no se pusieron de acuerdo, y simplemente se encontraron en el camino. Después de platicar un rato se dieron cuenta que iban hacia el mismo rumbo y decidieron hacer el viaje juntos. Ninguno quiso ser protagonista de la historia ni pretendió deshacerse de los otros dos para ser el primero en llegar, como solía suceder en otras historias que leí o me contaron. Simplemente viajaron juntos y cada uno llevó un regalo, sólo para decir: Niño, supimos que acabas de nacer y aunque tus papás no parecen ser ninguna celebridad, la estrella nos dijo que eras el acontecimiento del año, así que vinimos a conocerte.

Sí, los Reyes Magos era la onda. Lástima que en mi casa no los celebraban, así que no me tocó disfrutar de su generosidad, sino, con mucho gusto les hubiera pedido que trajeran todo lo que el señor gordito del traje rojo no me regalaba. Pues ese tal Santa Claus sí que era un necio, ¿para qué diablos le escribía uno una carta pidiéndole los regalos que quería en forma muy específica, si el hombre ni siquiera las leía o tenía problemas de comprensión? Porque al final, llevaba lo que le daba la gana y yo tenía que conformarme con la esperanza de que el próximo año sí le atinara.

Ahora les pediría que me llevaran de viaje. Sí, muchos viajes. También que me enseñaran algunos trucos de magia y, por supuesto, a buscar señales en el cielo.

1 comentario:

Everardo Esparza Huizar dijo...

Pues a mi me pareció igual de fascinante la historia del cuarto rey mago.

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