7.5.10


Tiene unos tres años. Lleva una playera de Ben 10, es roja y le gusta. Asistió al Juicio Ciudadano con su mamá. Se sienta junto a ella y la observa, luego se pone de pie y observa a las personas sentadas cerca de ellos. Busca el brazo de su mamá de vez en cuando, casi la toca, gira su dedo y se posa por unos segundos sobre él, como sin darse cuenta, después continúa jugando.

Tal vez, su mamá no le preguntó si quería venir, pero él la acompaña. No sabe qué es un juicio, no sabe qué es lo que hacen ahí, pero en estas tres horas no ha protestado ni una sola vez. Él observa, juega, baila y se saca los mocos. Saca el dedo de su nariz, observa y estira el moco lo más posible, parece decepcionado cuando se rompe fácilmente, lo prueba y después limpia su dedo en la silla o en la blusa de su mamá.

Su papá lo lleva a caminar y regresan con un camión de juguete envuelto en celofan. Él pregunta: ¿cómo se llama eso? y luego intenta repetir hee lop toro helioptero heliototero. Lo repite muchas veces en voz baja heliototero heliototero heliototero y hace suya la palabra mientras toca, un apenas, un casi, con su dedo las aspas del helicóptero que viaja sobre la plataforma del camión de plástico. Su dedo lo conecta con las sensaciones, sus ojos observan alrededor y él sueña que vuela. Levanta el helicóptero y todos volamos con él.

No ha dicho ni una sola vez me quiero ir. Juega y espera. Juega y su juego es el mundo entero. Todos soñamos que volamos, soñamos que subimos a ese helicóptero y nos lleva lejos. Soñamos que nunca hubo un incendio. Soñamos que no hace falta la risa de los niños. Soñamos que la ciudad no los extraña. Soñamos que sus padres concilian el sueño, descansan y piensan en llevarlos al mar.

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