Tantos años poniendo altares para muertos que no eran nuestros y el día que por fin tenemos uno propio, no sabemos cómo vivirlo. Y es que no pude ponerte un altar, de verdad pensé en todo lo que te gusta (debería decir gustaba pero aún no sé hablar de ti en pasado) y podrías disfrutar si decidieras visitarme. Pensé en pan de dulce, colación, fruta critalizada, vino, tequila, nueces, cacahuates, hay tantas cosas ricas que podría poner para ti, pero la verdad es que no pude.
Sería como si entendiera que ya no estás, y que nunca voy a volverte a ver porque estás muerto. El problema es el nunca. Si por algún motivo, de esos que la vida pone entre las personas tan a menudo, supiera que no voy a verte por uno, dos o quince años, no habria problema, porque siempre existiría la posibilidad del encuentro, aunque se pospusiera una y otra vez, la existencia de la posibilidad es suficiente. Es ese nunca maldito el que echa todo a perder. Y no es que ande por ahí llorando por ti y por los recuerdos. No. Aprendí a controlar y a evadir los temas dolorosos, me enseñaste bien.
El problema fue cuando Pau me recordó que ya teníamos un muerto propio. Que podíamos ponerte el altar a ti. Chingadamadre. Fue como si recién me hubieran dicho que habías muerto. Los días siguientes evité el tema tanto como pude, pasé por donde vendían calaveritas y dulces y no me detuve a ver los nombres, ni siquiera saqué la caja con el papel de china, las flores que guardé del año pasado. Me hice tonta. Ni siquiera quise ir a casa de Marigé porque sabía que ella pondría un altar y que su papá tendría un lugar para llegar y tú no. Sería como si entendiera que estás muerto y no te voy a volver a ver. Y eso todavía no sucede. Sigo diciéndome que no hablamos porque estamos ocupados pero que ya viene diciembre y, como siempre, tú irás unos días, yo iré unos días, nos veremos, platicaremos de algunas cosas, yo te diré que estoy bien y que todo en mi vida está en orden. Tú me dirás que estás bien, mientras comes algún dulce o abres una nuez y yo veré tus manos cada vez más temblorosas y me pondré triste porque es entonces que entiendo que la vida pasa sobre nosotros, la hayamos sabido aprovechar o no.
La verdad es que no nos enseñaron a vivir la muerte de esa forma, la muerte era algo lejano y triste. En casa no existieron altares con calaveras ni papel de colores, ésas eran cosas del sur, decías.. Lo que recuerdo de la muerte y del Día de Muertos es el olor de las veladoras y las baldosas recién mojaditas del panteón, los pinos altos y las tumbas en las que jugábamos durane horas a las escondidas. Recuerdo acarrear baldes con agua y barrer las hojas de los árboles. Recuerdo las flores y la solemnidad con la que había que estar ahí. Yo me preguntaba por qué hacías todo eso si ni te importaban esos muertos, salvo mi abuela, pensaba que si de verdad te importaran hablarías de ellos y los irías a visitar cualquier otro día, no sólo ése. Pensaba que era una forma rara de querer a los muertos y pues ni te creía que los extrañaras.
Ahora pienso que tal vez aprendí de ti a no saber cómo vivir la muerte. Que tal vez este no saber dónde ponerte es lo mismo que tú hiciste con tu padre. Quizá sí lo extrañabas y sí te faltaba su presencia pero no sabías hablar de él en pasado, porque sería como si entendieras que estaba muerto y nunca más ibas a volver a verlo. Me hubiera gustado que me hablaras del abuelo Luis y de cuánta falta te hacía. Me gustaría poder decirte cuánta falta me hiciste entonces y cuánta falta me haces ahora.
En estos días te he encontrado por aquí y por allá. Tomé algunas cosas de tu cocina, como la tapadera de una olla, la cuchara para la ensalada, el rayador de queso. Ahora encontré unos seguros en un cajón, por lo viejo de la cartera parece que fueron de tu abuela. También tengo tu suéter y el chaleco que tanto te gustaba. Tus fotos y algunos papeles que guardé por si algún día...no sé, algo. No sé si el año próximo te pondré un altar, tal vez sí porque Ani estará de regreso y podremos hacerlo juntas. Tal vez el año próximo ese nunca al que no me he podido enfrentar tenga otro tamaño y tú y yo podamos sentarnos en algún lugar del tiempo a tomarnos un tequila.
Sería como si entendiera que ya no estás, y que nunca voy a volverte a ver porque estás muerto. El problema es el nunca. Si por algún motivo, de esos que la vida pone entre las personas tan a menudo, supiera que no voy a verte por uno, dos o quince años, no habria problema, porque siempre existiría la posibilidad del encuentro, aunque se pospusiera una y otra vez, la existencia de la posibilidad es suficiente. Es ese nunca maldito el que echa todo a perder. Y no es que ande por ahí llorando por ti y por los recuerdos. No. Aprendí a controlar y a evadir los temas dolorosos, me enseñaste bien.
El problema fue cuando Pau me recordó que ya teníamos un muerto propio. Que podíamos ponerte el altar a ti. Chingadamadre. Fue como si recién me hubieran dicho que habías muerto. Los días siguientes evité el tema tanto como pude, pasé por donde vendían calaveritas y dulces y no me detuve a ver los nombres, ni siquiera saqué la caja con el papel de china, las flores que guardé del año pasado. Me hice tonta. Ni siquiera quise ir a casa de Marigé porque sabía que ella pondría un altar y que su papá tendría un lugar para llegar y tú no. Sería como si entendiera que estás muerto y no te voy a volver a ver. Y eso todavía no sucede. Sigo diciéndome que no hablamos porque estamos ocupados pero que ya viene diciembre y, como siempre, tú irás unos días, yo iré unos días, nos veremos, platicaremos de algunas cosas, yo te diré que estoy bien y que todo en mi vida está en orden. Tú me dirás que estás bien, mientras comes algún dulce o abres una nuez y yo veré tus manos cada vez más temblorosas y me pondré triste porque es entonces que entiendo que la vida pasa sobre nosotros, la hayamos sabido aprovechar o no.
La verdad es que no nos enseñaron a vivir la muerte de esa forma, la muerte era algo lejano y triste. En casa no existieron altares con calaveras ni papel de colores, ésas eran cosas del sur, decías.. Lo que recuerdo de la muerte y del Día de Muertos es el olor de las veladoras y las baldosas recién mojaditas del panteón, los pinos altos y las tumbas en las que jugábamos durane horas a las escondidas. Recuerdo acarrear baldes con agua y barrer las hojas de los árboles. Recuerdo las flores y la solemnidad con la que había que estar ahí. Yo me preguntaba por qué hacías todo eso si ni te importaban esos muertos, salvo mi abuela, pensaba que si de verdad te importaran hablarías de ellos y los irías a visitar cualquier otro día, no sólo ése. Pensaba que era una forma rara de querer a los muertos y pues ni te creía que los extrañaras.
Ahora pienso que tal vez aprendí de ti a no saber cómo vivir la muerte. Que tal vez este no saber dónde ponerte es lo mismo que tú hiciste con tu padre. Quizá sí lo extrañabas y sí te faltaba su presencia pero no sabías hablar de él en pasado, porque sería como si entendieras que estaba muerto y nunca más ibas a volver a verlo. Me hubiera gustado que me hablaras del abuelo Luis y de cuánta falta te hacía. Me gustaría poder decirte cuánta falta me hiciste entonces y cuánta falta me haces ahora.
En estos días te he encontrado por aquí y por allá. Tomé algunas cosas de tu cocina, como la tapadera de una olla, la cuchara para la ensalada, el rayador de queso. Ahora encontré unos seguros en un cajón, por lo viejo de la cartera parece que fueron de tu abuela. También tengo tu suéter y el chaleco que tanto te gustaba. Tus fotos y algunos papeles que guardé por si algún día...no sé, algo. No sé si el año próximo te pondré un altar, tal vez sí porque Ani estará de regreso y podremos hacerlo juntas. Tal vez el año próximo ese nunca al que no me he podido enfrentar tenga otro tamaño y tú y yo podamos sentarnos en algún lugar del tiempo a tomarnos un tequila.