Nadie se dio cuenta de lo que sucedió esa mañana cuando me senté en la banca de ese parque en el centro de la ciudad.
Nadie notó el nerviosismo con el que recorrí los andadores y caminé entre las bancas, sin atinar en cuál sentarme.
Nadie vió el temblor en mis manos cuando abrí las hojas de ese libro..., ni lo que sucedió después de leer las primeras líneas.
El desconcierto...
Nadie vió cómo me estremecí cuando sentí su abrazo, un abrazo cálido y amarillo, cuando se extendió hacia mí para abrazarme completa y, con un leve susurro, que no escuché pero comprendí, dijo: todo está bien, todo está bien.
Sí, esa mañana, quizá la más desconcertante y clara mañana, ese árbol, grande y bello, me abrazó con todo su ser y, en ese momento, todo estuvo bien.
16.5.08
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