Se acerca la Navidad, las personas intercambian regalos y buenos deseos con los amigos, compañeros, vecinos, básicamente, con cualquier persona que se encuentran, por mencionar algunos ejemplos: el señor que cuida los autos en el supermercado nos desea feliz navidad, lo mismo sucede con la dependienta de la papelería, la cajera del supermercado, el despachador de la gasolinera, todos son un cúmulo de buenos deseos. El mundo se abraza a sí mismo durante unos días mientras sus habitantes corren de una tienda a otra, al mismo tiempo que regalan sonrisas y buenos deseos.
Yo, seguramente contagiada por este ambiente de amabilidad, realicé una buena obra, fue algo así como un regalo para mi vecina: barrí la banqueta, no sólo eso, también recogí el montoncito de tierra que ella amablemente deja en la calle para que yo lo vea y me anime a barrer. Ese pequeño montículo es un mensaje. Al principio lo dejaba en la frontera entre su casa y la mía. Ingenuamente pensé que era un olvido, no sé cómo pude pensar eso, si se levanta muy temprano a barrer y regar su jardín, después de un tiempo notó que su estrategia no estaba funcionando y movió el montoncito de tierra a un lugar más obvio, justo a la salida de la cochera, mi cochera. En ese momento dejé de pensar que era un olvido suyo y tuve claro que se trataba de un recordatorio: barre tu banqueta. Me encabroné. Tengo una rebeldía adolescente respecto a ese tipo de sutiles recordatorios o a que me digan qué, cómo y cuándo hacer algo.
No es que nunca lo haga, pero no suelo barrer a las cinco de la mañana y tampoco lo hago a diario, más bien barro cuando tengo tiempo y ganas de hacerlo, y después de que comencé a encontrar los cerritos justo a la salida de mi casa mi espíritu de limpieza comunitaria se apagó y decidí barrer todo, menos eso. Durante un tiempo, el tamaño de esos montoncitos creció aunque yo seguía barriendo el resto de la banqueta y una buena sección de la calle.
Yo, seguramente contagiada por este ambiente de amabilidad, realicé una buena obra, fue algo así como un regalo para mi vecina: barrí la banqueta, no sólo eso, también recogí el montoncito de tierra que ella amablemente deja en la calle para que yo lo vea y me anime a barrer. Ese pequeño montículo es un mensaje. Al principio lo dejaba en la frontera entre su casa y la mía. Ingenuamente pensé que era un olvido, no sé cómo pude pensar eso, si se levanta muy temprano a barrer y regar su jardín, después de un tiempo notó que su estrategia no estaba funcionando y movió el montoncito de tierra a un lugar más obvio, justo a la salida de la cochera, mi cochera. En ese momento dejé de pensar que era un olvido suyo y tuve claro que se trataba de un recordatorio: barre tu banqueta. Me encabroné. Tengo una rebeldía adolescente respecto a ese tipo de sutiles recordatorios o a que me digan qué, cómo y cuándo hacer algo.
No es que nunca lo haga, pero no suelo barrer a las cinco de la mañana y tampoco lo hago a diario, más bien barro cuando tengo tiempo y ganas de hacerlo, y después de que comencé a encontrar los cerritos justo a la salida de mi casa mi espíritu de limpieza comunitaria se apagó y decidí barrer todo, menos eso. Durante un tiempo, el tamaño de esos montoncitos creció aunque yo seguía barriendo el resto de la banqueta y una buena sección de la calle.
Hoy fue un día distinto, salí y la mañana era linda, los buenos días cruzaban de un lado a otro de la calle, buenos deseos llegaron desde distintas casas y yo...yo decidí hacer mi buena obra del día: barrí la calle, con todo y montoncito de tierra.
Tal vez ella experimente una sensación de paz o bienestar y ni siquiera sepa la causa, tal vez sí lo note y esta semana viva más tranquila, o tal vez no le importe y sólo piense que por fin me digné a barrer la calle. Yo sólo deseo su bienestar. Mi vecina me cae muy bien, realmente la aprecio, era sólo ese detalle la única mancha en nuestro espectro, ahora no existe. El mundo es un mejor lugar, la armonía navideña fluye por esta calle y quizá nadie llegue a saber la causa.
1 comentario:
Comparto la misma rebeldía... y creo que ningún montoncito de basura hubiera sido suficiente recordatorio para mí. Me da gusto que estés de buen humor. Espero que te vaya muy muy bien. Felices fiestas.
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