Yo no canto, quien me ha escuchado cantar lo sabe. Bueno, sí canto, lo que sucede es que no sé cantar. Desafinada podría ser una de las palabras que me caracterizan, no la más importante, pero es una realidad, hay que admitirlo. Sin embargo, me encanta cantar: canto las canciones de Pescetti mientras manejo por las calles y tengo ganas de reír, canto cuando voy en carretera, canto mientras camino por la casa y alguna idea llega con todo y fondo musical, canto en los conciertos porque nadie me escucha (ni yo), canto para acompañar a quien sí tiene buena voz y se ha animado a llenar el espacio con una canción.
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La idea es ésta: cantar sin público, ¿o era? He descubierto que el desafine no me da tanta pena como creí, lo descubrí hace poco cantando a dúo esa canción que se volvió imágenes, luego fueron apareciendo otras modalidades: cantar a dúo y a distancia iniciando el conteo desde cualquier plataforma (genial), cantar en los talleres una canción completita (no sé por qué no me da pena, sobre todo cuando los asistentes se ríen) o cantar algo que no sé exactamente lo que dice, pero entiendo su sentido (algo similar a cantar wuachuwua, pero en seri).
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Y entre canción y canción, encontré esto, y recordé el día que encontré a Ruli bailando y cantando en la calle (Ruli, el verdadero cronopio), él llevaba la banda sonora en la memoria y no hacía falta que nadie le aplaudiera. Tenía una flor en la mano, bailaba y cantaba y levantaba la flor. Cuando se dió cuenta de mi presencia, se acercó para regalarme su flor. Pasaron varios meses antes de que le diera un beso para agradecer esa tarde de cronopios.
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EL CANTO DE LOS CRONOPIOS
Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días.
Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En medio del coro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias. Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a aplaudir, pobrecito.
Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días.
Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En medio del coro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias. Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a aplaudir, pobrecito.
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Julio Cortázar