24.9.09

Para contarte...

Yo no canto, quien me ha escuchado cantar lo sabe. Bueno, sí canto, lo que sucede es que no sé cantar. Desafinada podría ser una de las palabras que me caracterizan, no la más importante, pero es una realidad, hay que admitirlo. Sin embargo, me encanta cantar: canto las canciones de Pescetti mientras manejo por las calles y tengo ganas de reír, canto cuando voy en carretera, canto mientras camino por la casa y alguna idea llega con todo y fondo musical, canto en los conciertos porque nadie me escucha (ni yo), canto para acompañar a quien sí tiene buena voz y se ha animado a llenar el espacio con una canción.
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La idea es ésta: cantar sin público, ¿o era? He descubierto que el desafine no me da tanta pena como creí, lo descubrí hace poco cantando a dúo esa canción que se volvió imágenes, luego fueron apareciendo otras modalidades: cantar a dúo y a distancia iniciando el conteo desde cualquier plataforma (genial), cantar en los talleres una canción completita (no sé por qué no me da pena, sobre todo cuando los asistentes se ríen) o cantar algo que no sé exactamente lo que dice, pero entiendo su sentido (algo similar a cantar wuachuwua, pero en seri).
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Y entre canción y canción, encontré esto, y recordé el día que encontré a Ruli bailando y cantando en la calle (Ruli, el verdadero cronopio), él llevaba la banda sonora en la memoria y no hacía falta que nadie le aplaudiera. Tenía una flor en la mano, bailaba y cantaba y levantaba la flor. Cuando se dió cuenta de mi presencia, se acercó para regalarme su flor. Pasaron varios meses antes de que le diera un beso para agradecer esa tarde de cronopios.
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EL CANTO DE LOS CRONOPIOS

Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días.
Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En medio del coro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias. Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a aplaudir, pobrecito.
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Julio Cortázar

20.9.09

Silencio

Así como del fondo de la música
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio otro silencio,
aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.

Octavio Paz

17.9.09

Suicidios en domingo

Nadie me encomendó la tarea, fue sólo por sentirme súper salvadora de los pequeños habitantes del mundo y creer que hacía algo bueno, por recordar mi infancia o por aburrimiento, el caso es que ahí estaba yo, disfrutando de esa alberca y del silencio para mí solita, cuando vi a la primera. No pude resistirlo y salí a buscar una hoja o cualquier cosa con la que pudiera ayudarla, pero llegué tarde, la abeja se había ahogado. Cuando era niña jugábamos precisamente a eso, a sacar abejas semiahogadas y observar cómo se esforzaban por volar de nuevo. Me di cuenta que cerca flotaba alguna que no tuvo suerte. Pasé la siguiente hora con mi hoja "rescata abejas" a la mano, por si encontraba alguna más. Y sí, encontré varias, algunas tuvieron suerte, otras no. Quién sabe qué les pasa a las abejas, que no se avivan y son las únicas, o las más frecuentes, víctimas de las albercas.
Esto no hubiera pasado a más si yo no me hubiera quedado en los escalones decidida a terminar de leer esa novela en donde la chica está empeñada en morir a cómo dé lugar, cuando las vi. Bien por ellas, pensé, ¿o debería decir ellos? No sé nada sobre el sexo de las abejas, ¿el abeja y la abeja?, ¿o simplemente las abejas? Volaban unidas, daban vueltas, subían, bajaban, verdaderamente lo estaban pasando bien, cuando...algo pasó, tal vez en el último momento perdieron el equilibrio, se acercaron demasiado al agua o en el éxtasis se olvidaron de volar. El caso es que ambas cayeron al agua, justo frente a mí, y mi hoja salvadora. Bien por ellas, pensé. Y ahí voy, hoja en mano. Detecté a la primera, la subí a la hoja, la acerqué a la orilla, unos segundos después ya estaba volando de nuevo. Busqué a la compañera y dije, voy por ti. Me acerqué, la ayudé a subir a la hoja, la dejé sobre la orilla, pensé que haría lo mismo que su compañera, se buscarían y en unos minutos estarían tratando de terminar lo que quedó inconcluso, pero no, no fue así. La abeja se dirigió a la orilla, y se tiró al agua. Extraño, pensé. Tomé la hoja, la subí de nuevo, la volví a dejar sobre la orilla. Unos segundos después la abeja caminaba de nuevo, directo al agua, y se lanzó. Dos suicidios frente a mí en menos de 10 minutos es demasiado, aunque uno fuera ficción. Cuando leí que finalmente la chica logró lo que quería, igual me impactó. No puedo dejar que esta abeja se ahogue frente a mis narices después de haberla sacado del agua dos veces, pensé, así que repetí el proceso una tercera vez. La abeja tardó unos segundos más en reaccionar, yo aproveché para decirle: no te azotes, no está ahí, no se ahogó, es más...se fue de inmediato, no le importó que te ahogaras, pero ni así, no entendió. En cuanto recuperó fuerzas, ahí va de nuevo... directo al agua. Maldición, una abeja suicida. Pinche abeja, ¿que no entiendes que no vale la pena morir por amor? Entiende: s-e-f-u-e. Cuando la saqué del agua, por cuarta vez, la llevé lejos, muy lejos, lejos del agua. La puse sobre el pasto, junto a unas flores, junto a otras abejas, y me fui. No quería ver cómo regresaba a tirarse de nuevo.

13.9.09

Una noche de luna

A veces, uno escucha una voz que dice que sí, que lo hagamos, que hagamos eso que nos estamos preguntando, que está bien.


Su nombre es Tomás, tiene dos hijos, a su hija pequeña le gusta que le cuenten historias antes de dormir, tiene un libro de cuentos con ilustraciones que ya casi sabe de memoria. Su hijo mayor prefiere el fútbol, dice que la lectura no es lo suyo. La esposa de Tomás es promotora y trabaja en una dependencia de gobierno. Viven en una comunidad rural, él dice que ya no se puede llamar comunidad indígena pues ya no hay tantos yaquis, como antes. Habemos más yoris, dice, y agrega: "Lo que sí es que respetamos sus costumbres y tratamos de no hacer nada que ofenda sus creencias". Tomás y su esposa se levantan de madrugada, su día comienza muy temprano, él debe estar en la carretera antes de las 6 am, todos los días consigue ride para ir a su trabajo, hace lo mismo de noche, para regresar a casa. Es más de una hora de camino. Tomás está lleno de historias, cómo no va a estarlo si es policía. Y aunque no todas sus historias son agradables, encuentra la forma de contarlas a partir de los detalles, del paisaje, de lo que él sintió, de lo que dicen los vecinos; sus historias, aunque podrían serlo, no son grotescas. Tomás es un gran narrador, y un héroe. En las casi dos horas que duró nuestro camino no paró de contar detalles de su vida. Tomás adora su trabajo, siempre quiso ser policía y se esfuerza por hacerlo bien. Nadie pensaría que ese hombre que se bajó de noche en la carretera y caminará hasta su casa para descansar y estar de regreso en unas horas, se prepara cada día para obtener un grado más alto, nadie pensaría que ese hombre salvó la vida de decenas de personas, nadie pensaría que ese hombre ayudó a encontrar el cadáver de ese pequeño que no debía haber muerto. Nadie pensaría nada, porque Tomás parece cualquier otra cosa, menos héroe. Tal vez, Tomás no es más que una persona común y corriente, de las que nunca sabemos nada, porque hacen las cosas que tienen que hacer. Fue simpático escuchar cómo nos emocionamos al mismo tiempo cuando esa luna naranja se asomó y luego me contó que los dos cerros que teníamos enfrente forman un corazón, tienen una leyenda, otro día se la cuento, me dijo. Ojalá haya llegado a tiempo esa noche para contarle una historia a su hija.

3.9.09

Hojas

Cuando el viento las arrastra
las hojas
juegan
corren
imitan
apresurados pasos de perro
acompañan
al caminante nocturno.

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