26.2.12

Ayer dejé de sentir culpa por decir que no a una propuesta que en otro momento hubiera sido motivo de una alegría. Y es que,precisamente, el tiempo fue el motivo, la propuesta llegó en otro momento: tarde.

Sucedió de pronto, mi memoria proyectó la versión sin cortes (que en algún momento eliminó) de una relación a la que dediqué más de mí misma de lo sanamente recomendable. Me detuve en algunas escenas, las repasé y me vi ahí, viviendo momentos que yo creí me llevarían a encontrar a la verdadera persona que estaba al otro lado del puente. Y así fue. Del otro lado del puente se encontraba un hombre comprometido con sus ideas, congruente al actuar de acuerdo a ellas, con un pasado difícil de olvidar y con miedo a abrirse de nuevo. Sin embargo, de vez en cuando, ese hombre era sensible y tierno, y yo vivía esperando ver aparecer esa versión. Algo que no sucedía a menudo. Yo creí que si esperaba lo suficiente, él terminaría por darse cuenta que mi amor le hacía bien. Sucedió, algunos años después, cuando yo había decidido dejar de convencerlo y me encontraba lejos de lo que entonces sentí. Un buen día, él reapareció. Dijo que después de pasar tiempo solo, y acompañado, descubrió que conmigo quería vivir los últimos años de su vida. Me explicó algo sobre el amor reposado y la tranquilidad, me habló de la pasión y de los proyectos compartidos; habló también de cuánto extrañaba a aquella persona que era capaz de dejar todo y a todos por él. Me tomó de la mano y yo volví a sentir ese dolor de estómago que experimentaba cada vez que no llenaba sus expectativas. Intenté ser lo más sincera posible. Expliqué las razones por las que creía que estábamos mejor separados. Hay atracción, es sencillo estar juntos pero es aún más fácil echarlo a perder cuando él se moleste porque yo no hago algo que él espera. Sin embargo, desde ese día hasta ayer, pensé que dejar ir a alguien que tanto había significado en mi vida era un error.

Ayer entendí que no, que esa versión de mí la elaboré a su medida y que ya no me funcionaba. Que jamás podría volver a ser eso ni me dejaría de lado para llenar sus expectativas. Que sí, lo amé y seguramente lo voy a querer siempre, no puedo darle la mejor parte de mí para ser criticada a la luz de las teorías de importantes sociólogos y antropólogos.

No dolíó. Fue liberador y, supongo, que dentro de él también algo se liberó. Ya no hay culpa. Y fue así como, después de más de dos años, entendí que cuando algo se rompe, por más que se intente restaurar, nunca será lo mismo. Y si lo que buscamos es el pasado, solamente lo encontraremos en los registros, en ningún otro lugar.

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