29.3.09

Sobre la importancia de las velas


Esta luz

sobre la mesa

frente a los libros

de una mujer llena de detalles

como su casa

nos acompañó a cierta distancia

y parecía no notarse mucho.

Para mí,

hizo la diferencia.

18.3.09

Lana sube, lana baja (la navaja)

La encontré. Bueno, no es verdad que la haya encontrado, más bien regresó. Sí, ésa sería la palabra adecuada. Regresó. Es lo que importa. No, no estoy hablando de nadie en especial, tampoco de una mascota, me refiero a mi navaja, mi útil y necesaria navaja, la que por varios días pensé que había perdido; eso me provocó cierta angustia que no podía ocultar.
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No me había dado cuenta de lo importante que es en mi vida tener una navaja porque siempre está ahí, a la mano, en mi bolsa o en mi mochila, según sea la situación. Si necesito unas tijeras: la navaja. Si tengo que cortar algo: la navaja. Si hay que desatornillar algo: la navaja. Y lo mejor, si hay que abrir una botella y no tenemos un descorchador decente cerca: la navaja.
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Creí que la había dejado olvidada en la playa y no podía perdonármelo. No soy alguien que vaya por el mundo perdiendo cosas, algunas veces las extravío, sé que están en algún lugar sólo que no recuerdo dónde, pero cuando se trata de mi navaja, no es así, normalmente la vuelvo a guardar después de utilizarla. Me di cuenta que no soy la única, precisamente el último día que recordardaba haberla usado, o más bien, que la presté para abrir una botella de un vino exquisito que nos tomamos frente a la fogata, mientras atestiguábamos la rapidez con que la marea puede subir, aún en contra de todos los pronósticos; observé que Pepe guardaba la suya inmediatamente después de usarla para mover las brasas con las pinzas. No soy la única, pensé. Después de ese día no recordaba haberla visto de nuevo y cuando, una semana después, preparaba mis cosas para regresar al mar, la navaja no apareció por ningún lado. Tenía la esperanza que alguno de mis amigos la hubiera encontrado y hubiera olvidado comentarme que la tenía, pero no. Nadie dijo nada y respondieron que no la habían visto, cuando pregunté. La verdad es que me pudo mucho haberla perdido y me negaba a comprar otra, la mía me gustaba.
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Pero hoy...Ani decidió desempacar la maleta que llevó a la playa hace una semana, y (voilá!) ahí la encontró. Seguro no entendió por qué me dio tanto gusto cuando la puso frente a mí y pregunto: ¿es tuya?, y menos comprendió que le dijera: ¡Gracias!!!, con muchísima emoción, y la abrazara. La saqué de su estuche y la puse aquí, enseguida, sí, es ella, la de siempre. Mi navaja ha regresado a mi bolsa y el mundo, mi mundo, ha regresado, aunque sea un poquito, a su eje.

12.3.09

Tres años por un zapatazo

¿Cuál será la suerte de Muntadar al-Zaidi ahora que deberá pasar tres años en la cárcel por haber tirado (y fallado) sus zapatos contra Bush? ¿Y si en vez de fallar, los dos zapatos hubieran dado justo en la cabeza-objetivo? ¿Le darían los mismos tres años o ya lo hubieran desaparecido? ¿Qué va a pasar con él dentro de la cárcel? Quisiera pensar que los presos iraquíes, sobre todo los presos políticos, lo van a proteger, y nada malo, o al menos muy malo, va a sucederle.

¿Qué es lo que pensará Bush de todo esto? ¿Seguirá con su misma sonrisa de estúpido al saber que el hombre es un héroe por haber hecho lo que la mayoría de nosotros quisiéramos hacer?

Si se pudiera juzgar a Bush ¿Cuántos años le daría ese mismo Tribunal Central Criminal por todos los muertos que dejó en ese país? ¿Lo decidirían en 15 minutos, igual que lo hicieron con el destino del periodista? ¿Cuántos años le darían los iraquíes?

5.3.09

Nakata en el solar

Sigue Nakata dando vueltas, creo que no se irá. Nakata es un personaje, lo sé. ¿No existe? Quizá ésa sea la magia de la Literatura, porque yo lo extraño. Extraño su paciencia, su infinita paciencia, y la forma en que acepta las cosas como vienen y al mismo tiempo mantiene un asombro constante.

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He encontrado unas bellas ilustraciones de Leila Ketty, las tomé prestadas. Quise traer un poco de Nakata hacia acá. Leila hizo un bello trabajo ilustrado basado en Kafka en la orilla, pueden verlo aquí.

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Nakata se sentó aquella mañana en el solar y esperó. Nakata observó y esperó. Nakata charló con los gatos del solar y esperó. Esa mañana, sentada en el solar, me enamoré de Nakata.



La gatita blanca de mi amiga Eva ha desaparecido, y yo quisiera decirle, hay que buscar a Nakata, seguro él puede ayudar a encontrarla. Nakata iría por ahí, preguntando a los gatos si han visto a la gatita de Eva, ellos le darían pistas y él la encontraría. Sí, Nakata encontraría a la gatita, y una noche tocaría a la puerta de Eva y le diría: “Señorita Eva, Nakata ha encontrado a su gatita. Nakata no sabe muchas cosas, pero ha preguntado a los gatos del barrio y ellos ayudaron a Nakata a encontrarla. Le puse un nombre para no olvidar, espero no le importe, Nakata no es muy inteligente y necesita darle un nombre a los gatos.”

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Nakata hablaba con los gatos y ellos eran amables con él. Nakata cambió la idea que tenía de los gatos. A partir de Nakata, cada vez que veo un gato me pregunto si será medio loco como Kawamura (Si no ata, caballa, encuentra. Si encuentra, ata. Sería algo que podría decir Kawamura), si será un gato culto como Mimí o si estará extraviado, como Goma.



Nakata es, para mí, una síntesis de esa atmósfera que crea Murakami, en donde la realidad y la irrealidad conviven sin una frontera clara. Un mundo propio de ambiente nostálgico, sencillo y silencioso. A Nakata le sucedían las cosas más extrañas y él no las cuestionaba, simplemente las vivía. Escuchaba su voz interior, no era un hombre que supiera muchas cosas y al mismo tiempo tenía el conocimiento vivo en él.




Yo estuve como Hoshino el fin de semana, extrañando a Nakata. Con ganas de decirle: "Hey, Nakata, despierta." Con ganas de que leerlo decir: "Lo siento, Nakata estaba cansado, necesitaba dormir. Pero ahora Nakata se siente bien."

1.3.09

Nakata

Luego fue al dormitorio y contempló una vez más a Nakata, que yacía sobre la cama. Nadie hubiera dicho que estaba muerto. Parecía que estuviese respirando apaciblemente. Parecía que fuera a decir de un momento a otro: "Señor Hoshino. No es cierto que Nakata haya muerto". Pero no, Nakata estaba bien muerto. No ocurriría ningún milagro. Él ya había pasado al otro mundo.
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(...) -¡Eh, abuelo! -le dijo el joven Hoshino a Nakata-. Despiértate, por favor, aunque sea un momento. No sé qué hacer. Ademas, quiero oír tu voz, abuelo. Pero Nakata, por supuesto, no le respondió. Nakata seguía al otro lado de la frontera, en el otro mundo. Mudo, muerto. El silencio se hizo más profundo, tanto que, si aguzabas el oído, podías oír incluso cómo la Tierra giraba alrededor de su eje.
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Hoshino se fue al cuarto de estar, puso el CD del Trío del archiduque. Al escuchar el tema central del primer movimiento, sus ojos se anegaron de lágrimas. "¡Joder! ¿Cuándo fue la última vez que lloré?", se preguntó mientras las lágrimas corrían profusamente por sus mejillas. No logró recordarlo.

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de Murakami, Haruki. Kafka en la orilla. México: Tusquets, 2008.

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