31.12.06

Un momento

Escribo esto sentada, muy a gusto, en la estancia de mi casa. Ojalá alguien pudiera sentarse aquí a esta hora y sentir cómo el sol entra por la ventana, a uno se le antoja quedarse aquí y no hacer nada más. Es justo lo que hago. No quiero hacer nada más que no sea sentarme y sentir el sol entrar por la ventana, es rico. Si alguien quiere comprobarlo, es entre las 3 y las 5 de la tarde, un café puede hacer el momento inmejorable.

Mientras disfruto el sol y siento la última tarde del año, corrijo, mientras veo y siento caer la última tarde del año sobre mi espalda y mis piernas, pienso en los días recién transcurridos y entre todo lo que viene a mi mente pienso en el señor de la camioneta negra. Si alguien quiere saber quién es el señor de la camioneta negra, tendré que responder que no lo sé, pero él y yo sabemos que compartimos un momento especial y que ninguno de los dos lo olvidará.

Ayer venía de Chihuahua después de pasar la Navidad con mi familia. Disfruto manejar, verdaderamente me gusta el espacio abierto. Me emociona el paisaje, las curvas, los animales en el camino, los colores, el espacio. El día anterior nevó y mis padres estaban preocupados por las condiciones del camino. Para ser sincera, tuve que ocultar mi emoción por salir a carretera, prometí que tomaría el camino largo y aburrido y evitaría la nieve. No soy irresponsable, es sólo que ellos no pueden dejar de ser padres y su trabajo es darme recomendaciones y sugerencias. Lo siento, pero no podía perderme la nieve. Para mi suerte, las tres primeras horas fueron salpicadas con paisajes nevados, a lo lejos, pero lo verdaderamente emocionante vino después, cuando la divisé, sabía que estaba justo enfrente. Y sí, ahí estaba. Fue como entrar en un túnel, todo desapareció, la neblina rodeó mi carro y sentí como si me hubiera transportado. En el vidrio se posó el primer copo, luego fue otro y muchos más siguieron. El corazón me latía de prisa y supongo que una sonrisa se me instaló.

No había mucho tráfico y el camino comenzaba a subir una pequeña sierra. Me dispuse a disfrutarlo. Todavía había restos de una nevada anterior, todo blanco, los encinos cubiertos. Cuando llegué a la parte más alta encontré un camión que transportaba algo pesado, iba muy lento y disminuí la velocidad todavía más. El camión hacía paradas para dejar pasar a casi todos los camiones que venían en el carril contrario, supongo que es alguna regla de urbanidad entre choferes.
Detrás de mí venía una camioneta negra, también disminuyó la velocidad y se acomodó a esperar a que avanzáramos. Después de unos minutos, abrí la ventana y empecé a atrapar copos de nieve, no fue una tarea fácil, después, saqué un poco la cabeza, tal vez atraparlos con la boca sería más factible. Sentir la nieve en la cara, el aire fresco y ese silencio que sólo se escucha mientras nieva fue un regalo, supongo que se me notaba el gusto. Por el retrovisor alcancé a ver que da la camioneta negra salía una mano y que también intentaba atrapar la nieve, también por el retrovisor, alcancé a ver unos ojos. Por unos segundos hicimos contacto. Era un hombre, no importa su edad, sólo decir que su cara y sus ojos dejaban ver que no era muy afecto a reír, tal vez es que se veía demasiado serio, tal vez su automóvil lo hacía parecerlo todavía más, conducía una camioneta negra, doble cabina, suspensión alta, muy alta, vidrios polarizados, muy polarizados. El caso es que el señor de la camioneta negra y yo, compartimos por unos minutos el disfrute por la nieve. No podíamos bajarnos para tomar la que estaba a un lado del camino porque pasaban los carros por el carril contrario y el generoso camión que dejaba pasar a todos, suponíamos, que en algún momento tendría que avanzar. Así fue, después de unos diez minutos de nieve en silencio, de atrapar copos y de sentir las manos frías, vimos cómo el camión se movió. Se acabó el juego y la vida retomó su camino. El señor metió su mano, también metió su cabeza, algunos copos de nieve se quedaron sobre su cabello, era muy negro, y su vidrio se cerró. Yo hice lo mismo. Un momento antes de que ambos vidrios se cerraran por completo, volteé y por el retrovisor alcancé a ver sus ojos de nuevo. Le sonreí y él hizo lo mismo. Después de eso, comenzamos a avanzar, el camión no volvió a detenerse y la nieve se quedó ahí. También se quedó el momento, o supongo que ése lo trajimos con nosotros, por eso ahora lo comparto, para que la nieve vuelva a caer una vez más.

17.12.06

Mandarinas

Esa mañana parecía ser perfecta, aventurarme a caminar por la ciudad, sola, libertad de pararme donde quisiera, el tiempo que me diera la gana y, sí, eso era lo que estaba haciendo. Caminé hacia el mercado, fue la ruta natural, la gente en su prisa me llevaba con ella. Como no había desayunado, ése parecía ser el lugar ideal para hacerlo: tamales, gorditas de nopal, gorditas de nata, tunas, xoconoxtles, aguamiel... probé de todo. El final del recorrido fue lo mejor:
- Buenos días.
- Buenos.
- ¿Cuánto cuestan las mandarinas?
- Tres kilos por diez pesos. ¿Cuántos se lleva?
- ¿A cuánto me da una?
- ¿Una qué?
- Una mandarina.
- ¿Cuál quieres?
- Esta.
- Llévatela, con esa sonrisa te quedo debiendo.
Y ahí voy yo, caminando con mi sonrisa completa y una mandarina, la más sabrosa que me he comido.
No es lo mismo decir:
Quédate...
que: ¿Ya te vas?

12.12.06

tuc tuc tuc tuc tuc tuc

Así lo escucho...es definitivo...el corazón se me está saliendo por un oído...
creo que el pobre está triste,
lo peor, es que no sé por qué...no soy cursi, estoy diciendo la verdad.
Supongo que lo escribo para dos cosas: distraerlo mientras hablo de él, esperar a que cambie de idea y decida regresar a su lugar, el oído no es un buen lugar para un corazón prófugo; y la otra, supongo que es para dejar un registro (para mí) de este momento, espero dentro de un tiempo encontrar estas palabras y descubrir que me suenan extrañas, cuando intente recordar qué era lo que pasaba, ya tenga un poco más claro el por qué, de repente y de la nada, me invadió esta tristeza y mi corazón lo supo, lo vio, y por eso se anda queriendo escapar por un oído... confío que entonces me acuerde y me de risa o más tristeza o algo...pero ya entonces sabré y podré reírme, o pensar o cualquier cosa, podré hacer cualquier cosa, pero así no se vale...porque para esto no tengo experiencia.

No sé andar a ciegas, no sé esperar con los sentidos alertas para averiguar de dónde vendrá el golpe. No sé mucho de premoniciones o de señales, de sentir acerca de algo o de alguien sin siquiera conocerlo, en este momento quisiera saberlo, porque no me gusta tener sensaciones y no saber qué demonios está pasando...

Espero que pase el tiempo, que pase algo, porque no sé andar buscando explicaciones o señales para interpretar cosas que no tal vez no tienen significado, y luego, seguramente me voy a inventar un montón de historias de esas que uno arma en un segundo y que a Pau no le gustan porque dice que armo toda una situación sólo de ver a un hombre en la calle, le construyo una vida, un pasado, de dónde viene, qué está haciendo parado en ese lugar, a dónde va...sólo de verlo, tal vez agachándose a levantar una cartera o mirando a la gente frente a una parada de camión; para Pau, eso no es justo, dice que las personas tienen derecho a vivir su vida sin que nadie los ande interpretando o inventándose historias acerca de ellas, es una invasión. Bueno, pues yo no quiero andar así, buscando respuestas a este sentimiento que apareció de la nada para instalarse, como si en realidad fuera algo cómodo, y yo quiero que se vaya, que se vaya este sonido y mi corazón se quede quieto y regrese a su lugar...mientras tanto, parece que logrará su misión dentro de unos momentos: tuctuc tuctuc tuctuc tuctuc.

2.12.06

1.12.06

Tiene que haber sido el Prozac

Si alguien vio la ridícula toma de posesión del nuevo presidente de México, estará de acuerdo conmigo, olvidemos por un momento el espectáculo de los diputados, de los guardias presidenciales, del pequeño Felipe hablando para un público que no deseaba prestar atención y ante quien tenía que repetir un juramento, que seguramente ni él se creyó. No, olvidemos por un momento el espectáculo, la nueva figura, la ceremonia entre amigos en el Auditorio. Enfoquémonos un poco en la imagen del, ahora, expresidente Fox.

¿Alguien vio su cara? ¡¡El hombre sonreía!! De hecho, no dejó de hacerlo durante esos largos 5 minutos que duró la ceremonia más penosa que ha vivido este país en los últimos tiempos. Me hubiera encantado saber qué pasaba por la mente de Fox, seguramente, nada. Estaba en blanco, flat, out, kaput, piiiiiiip (muerte cerebral).

Mi teoría, es que esta mañana, Vicente se encontraba en un estado de shock, se negaba a levantarse de su cama, se repetía una y otra vez que él no tenía la culpa de nada y que no quería ir a pasar otra vergüenza más. Más le hubiera valido hacerle caso a su conciencia, si es que existe, y quedarse en casa esta mañana y todas las mañanas de los pasados seis años. Pero no, se levantó. Seguramente Marthita lo hizo levantarse con la promesa de que cuando él regresara tendría todo listo para irse de picnic al rancho y que, había estado buscando en Internet una oferta para irse vacaciones, y que ahora, nadie podría decirles que no, se podían ir a donde les diera la gana (al infierno, o más lejos, es a donde deberían irse), así que Vicente, haciendo un puchero, se levantó de su cama, caminó hacia el baño y cuando salió bañadito, Marthita le dijo, mira Vizente, tómate eztaz paztillitaz para que te zientazz mejor...y él, obediente como es...lo hizo.

Eso es lo que debió haber sucedido, sino, no entiendo por qué tenía esa estúpida sonrisa, como si aquello fuera divertido, como si nada estuviera sucediendo, el expresidente Fox, demostró con esa actitud, que nunca, nunca, se dio cuenta de lo que estaba pasando. Él se limitaba a sonreír y a decir tonterías. Ahora no le dieron chanza, porque sino...

Sostenía entre sus manos la banda presidencial, jugaba con ella, parecía un niño al que le dijeron, tú tienes que entregar esto, y a eso fue, de lo demás, ni cuenta se dio. Volteaba a ver al ahora presidente de México, lo veía desde arriba, sonreía, supongo que sentía lástima por él.

No entiendo cómo no se le caía la cara de vergüenza por entregar un país en esas condiciones, no entiendo cómo se atrevió a pararse ahí y sonreír después de tantas pendejadas, no entiendo...tiene que haber sido el Prozac, no hay otra razón.

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